David González nos presenta un libro donde el Amor, con mayúsculas y en todo su esplendor, es el protagonista; no sólo amor de pareja, sino el amor a la vida, al mundo, al propio amor, a su ciudad, al arte, a la poesía.

Es un libro escrito enteramente en sonetos, cosa que puede parecer de cierta osadía puesto que el soneto, para mí, es la composición clásica por excelencia y, ante tanto verso libre, tanto poema que a veces no es poema, tanto verso partido por la mitad, hallarse ante un libro todo con sonetos magistralmente escritos es todo un reto y, desde mi punto de vista, hoy en día, todo un lujo. Y más si tenemos en cuenta que los sonetos de David, endecasílabos perfectos, le surgen de una manera tan natural, que convierten el libro en toda una delicia.

El poemario se divide en cuatro partes, Ars Amandi, Modus Operandi, Si Vis Pacem y la última Tempus Fugit. La primera parte se me antoja como más contemplativa; el amor está, se siente, se ve y se vive, ya sea a través de una persona, de una obra de arte, o de un instante. La segunda me hace pensar más en esas acciones que aportan amor, y a su vez, el amor por esas acciones, correr, observar, escribir… Si Vis Pacem, la tercera parte, me lleva a darme cuenta que para conseguir la pureza, la paz, el amor, a veces hay que cruzar caminos oscuros. Y finalmente Tempus Fugit, que me parece quizás la parte más sombría. De esta manera, siento que el poemario guarda en sí mismo esa luz que da claridad a lo sombrío. El mismo poemario contiene la sombra y la luz, iluminándonos los ojos y el alma, oscureciéndolos, y volviendo a iluminarlos.

Porque amar es la opción más prohibitiva:

soportar y a la vez ser el soporte

y exprimir la pasión más primitiva.

Fragmento del poema Nieve en primavera.

El amor aparece como elemento de unión en todos los poemas, en diferentes vertientes, pero siempre como el elemento positivo que aporta ese fuego que tanta falta hace en lo sombrío.

Todo el poemario me parece de una fuerza tremenda, con claroscuros que muestran que la vida, a al final, es eso, caminos de sombra para llegar a la plazoleta de la luz.

El amor como ese elemento puro que llega, esperado, y revuelve todo nuestro mundo para convertirlo en algo luminoso y nuevo, en algo que nace de repente y lo llena todo de flores y perfumes:

Llegaste con el arte por bandera.

Contigo el mundo es un lugar mejor.

Contigo comenzó la primavera.

Fragmento del poema Soneto Confidente.

Es un poemario que se hace cercano y es inevitable caer en sus redes y, nunca mejor dicho, enamorarse de los sonetos. Pero que precisa de una leída tranquila, con mimo, que nos permita entrar en todos y cada uno de sus versos para darnos cuenta de la fuerza que contiene y de que a veces, la luz, la podemos encontrar donde menos esperamos.

Un mensaje luminoso y tan necesario en los días que corren hoy en día, un remanso de paz amorosa que nos acoge con los brazos abiertos y nos libra de las tinieblas.

Amemos como un brujo en pleno trance:

con fe, convencimiento y osadía;

amemos sin medir ni hacer balance.

Fragmento del poema Desbordar el recipiente.

Soy consciente que en esta reseña no os desvelo mucho de lo que encontraréis en este poemario; y eso es porque me gustaría que lo leyerais, que entrarais en él y vierais por vosotros mismos todo lo que esconde. Como pequeña pista os diré que quizás este libro os traiga un poquito de luz en lo sombrío.

David González Lago, Córdoba, 1981, licenciado en Historia del Arte y en Antropología Social y Cultural, es profesor de Geografía e Historia. Su faceta como escritor lo ha llevado a tener seis libros publicados, dos de los cuales han sido reseñados en esta revista: Animalicémonos y Artefactum. Luz en lo sombrío es su séptimo poemario.