Hay varias líneas bien definidas en la poesía contemporánea, y a los críticos nos resulta sencillo encasillar en una u otra tendencia poética las obras que llegan a nuestras manos. No es el caso del libro que tratamos hoy, y es que, aunque se haya dicho otras veces, este rompe con lo establecido en todos los sentidos.

Jacobo Llano (Madrid,1971), El silencio de los peces (Visor), ganador del XXVI Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma

Jacobo Llano recogiendo el Premio Gil de Biedma. Foto. Diario El Norte de Castilla

Las obras galardonadas por el Jaime Gil de Biedma no dejan nunca que desear, pero esta vigesimosexta edición nos regala un relato conmovedor, accesible y muy atractivo para quienes tienen el corazón entre la narrativa y la lírica. En cierto modo, tras una primera lectura, puede parecer un libro de prosa poética escrita en verso, pues tiene una estética y una estructura peculiar, como si el salto de línea fuese forzado y no escondiese nada más. Pensar esto es un error, y la explicación podemos encontrarla en la fuerte influencia de la poesía anglosajona en el autor, ya que comparte la estructura, la forma del relato, el modo en el que Jacobo deja un puñal al final de cada poema.

De El silencio de los peces emana frustración y rabia. A veces arrepentimiento, otras, admiración. Es un relato en verso de la relación paterno-filial, y de un modo autobiográfico y discursivo, nos permite ponernos en su propia carne. No hay que esperar demasiado para ver erizada nuestra piel, de este modo acaba Equinoccios, el poema que da comienzo al libro:

[…] Y me viene hoy,

nueve años después de tu muerte, cuando me pongo

tu chaqueta azul con las mangas ajustadas

a tu talla. Raída y con manchas, la utilizo

en el trabajo con orgullo indisimulado,

aunque íntimo y hacia adentro. Entonces,

un compañero de oficina me dice bromeando

que los puños de la camisa sobresalen

por debajo demasiado, como si estuviera

continuamente intentando alcanzar

algo

y no llegara.

Hay que reconocer la increíble facilidad con la que introduce al lector en el relato y, cuando menos lo espera, el poema acaba siempre con un final que lo dejará con los pelos de punta, y dudará, mientras suspira o coge aire, entre cerrar el libro para que no acabe tan pronto o pasar a la siguiente página.

La grandeza de este libro reside en los finales. El silencio de los peces gustará al lector o lectora que busque algo nuevo y que no decepcione dentro de la poesía, una obra que tenga principio y fin, aunque sea la historia de un final, que se aparte de los tópicos temáticos de la época y sea verdaderamente creativo. Tal y como decía al comienzo, no podemos enmarcarlo en ninguna corriente actual ni pasada, pero tal vez sí futura. Lo que está claro es que es único, auténtico y agudo.