Conocí al poeta argentino Raúl Cristián Aguirre en el micrófono abierto de una de las sesiones de #PoémameBcn de la temporada 2018/19 en el Raval de Barcelona. Allí recitó un poema a su madre, la escritora Hebe Monges, que le recitaba poemas del romancero viejo español antes de dormir y nos dejó a todos encantados.

Es hijo del poeta argentino Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983), creador de la emblemática revista Poesía Buenos Aires y traductor de Rimbaud y Apollinaire.

Raúl Cristián Aguirre, autor de a Sívori se lo comieron los escorpiones (Ediciones en Danza) y Mamá y otros poemas (Caro Kann), se define a sí mismo como un hijo ilegítimo, inmigrante ilegal, poetiso y dibujador de dibujitos. Entre otras cosas.

Recientemente participó como poeta de habla castellana en el recital #PoémameBcn que tuvo lugar el mes de noviembre de 2019 en Barcelona.

¿Podría usted contarnos un poco de su vida y actividad literaria?

Me fui a inscribir a dos carreras humanísticas, pero en la primera me dijeron que no me aceptaban porque me faltaba un documento, y a la otra llegué un minuto tarde. Entonces me apunté a Sistemas, que no sabía muy bien qué era, y terminó siendo casi la antítesis de la poesía: informática. Por unos cuantos años me dediqué a eso, tratando de “humanizar” todo lo que tocaba y no deshumanizarme en el camino. No sé si lo logré. En 2016 dejé todo lo que era computación y empresa y me metí de lleno a hacer lo que más quería hacer: nada.

Pero la poesía me viene a buscar siempre, y acá estoy, publicando mi segundo libro, recitando por los rincones, haciendo un espectáculo unipersonal poético-divulgativo, y escribiendo aunque me lleven los demonios, como quería Bolaño.

¿Cuáles fueron sus primeras lecturas poéticas y qué autores le influyeron?

Mi primera lectura poética no fue una lectura: fueron los romances que me recitaba mi madre para dormirme. Me encantaba escuchar el del enamorado y la muerte, el del Conde Niño, el del prisionero. Supongo que uno no queda muy normal después de eso: se te pega el romanticismo y el ritmo poético, y sobre todo se descubre la capacidad de emocionar de la palabra. Aún hoy me encantan esos romances y cada vez que puedo los incluyo en algún evento. Después, no sé cómo llegué a enamorarme de Tristan Tzara, abanderado del dadaísmo, que es quizás la voz que reconozco conscientemente, junto con la de mi padre, Raúl Gustavo Aguirre (que es un poeta de culto en Argentina) como influencia, o como objeto de admiración, que no sé si es lo mismo.

Mis primeros poemas eran algo dadaístas, y generaban más hilaridad entre mis amistades que otra cosa. Todavía mis amigos me recuerdan uno que empezaba: “las ratas, las ratas / por favor nunca más”. A mí me parece bastante trágico, y quizás ellos coincidirían: una tragedia de poema. También cayeron en mis manos siendo muy chico Neruda, Óscar Hahn, Juan Gelman, Alejandra Pizarnik, Ernesto Cardenal y tantos otros. En realidad te influencia todo: salís a la calle, escuchás a una vecina, una charla en el metro, y terminás impregnado con la cadencia de una frase. O con la letra de una canción. Todo el día estamos expuestos a versos que vienen en forma de casi cualquier cosa. El oído te sirve para intentar diferenciar entre lo bello y lo descartable, con acento en intentar.

¿Cómo definiría a su poesía?

No sé. Horrenda, supongo. En todo caso, veo que tiende a la síntesis, que es una cualidad que aprecio enormemente en todo, menos en el sexo. Igual, no sé si existe la poesía, como decía mi padre: existen los poemas. Y es posible que algunos poemas míos me gusten un poquito: pareciera que no los escribí yo.

Más que nada, les estoy agradecido, porque sin duda me hicieron la vida mucho más soportable. No sólo por la escritura: tener una mirada poética es quizás mucho más importante. Apreciar la belleza que está en todo, ver el milagro que somos. ¿Qué regalo podría ser mejor? Aunque mi hija ante esa pregunta seguramente respondería: “un iPad nuevo”.

¿Cree que el poeta “evoluciona” en su escritura? ¿Cómo ha cambiado su lenguaje poético a lo largo de los años? 

Yo, entre otros oficios improductivos, también dibujo, y estaba muy preocupado porque no veía un estilo claro en lo que dibujaba. Hasta que David Pugliese, ese enormísimo dibujante, me dijo: mejor, el estilo te congela, te impide seguir avanzando. Después de eso, mi anhelo es no tener un estilo en la escritura tampoco. Ojalá tuviera el don de la plasticidad, como para encarar cada poema de una forma totalmente nueva, o ajustada a lo que el poema me está pidiendo decir. Que muchas veces, tampoco estoy seguro de anticipar. Quiero decir que eso es lo maravilloso: cuando uno escribe y no sabe adónde va el poema y el poema se revela y es mucho más bello, más inteligente y visionario que uno mismo. (Lo cual, en mi caso, no es muy difícil.)

¿Cómo siente que un poema está terminado y cómo lo corrige?

Muy pocos poemas me parecen un círculo perfecto, inmejorable. Amo aquellos que fluyeron solos, al dictado, y no necesitan retoque. Por desgracia son los menos. Al resto, los abandono, como los pintores abandonan los cuadros, cuando siento que cada nuevo retoque lo empeora. Algunos necesitan reposo. A veces una palabra tarda décadas en llegar. Tal vez porque el poeta no había madurado lo suficiente. Mi segundo libro, “A Sívori se lo comieron los escorpiones” lo escribí en un 99% a los veinte años, pero lo publiqué recién ahora, y creo que le hice un favor eliminando muchos y retocando (apenas) algunos. Ese uno por ciento es importante. En todo caso, sólo me parece válido publicar lo que me emociona. Si no me dice nada a mí ¿cómo voy a esperar que le diga algo a los demás?  

¿Cuál es el fin que le gustaría lograr con su poética?

Yo recuerdo versos de poemas casi desconocidos, de poetas más desconocidos aún. Si alguien decidiera, entre billones de versos, recordar con amabilidad alguno mío, sentir que es calor o compañía o consuelo o una forma de amor, o incluso de furia si fuera inspiradora, eso me haría (acaso bobamente) feliz. Uno nunca sabe qué revolución puede empezar con una chispa, pero eso está en un segundo plano. Escribo porque no podría no hacerlo, es mi catarsis, mi terapia, mi espejo, mi brújula, mi pobre justificación. Y porque no sé tocar el piano.

También recuerdo que García Márquez decía que escribía para que lo quisieran. Supongo que yo también. Es lindo que a uno lo quieran. Y es tarde para aprender a tocar el piano.  

¿Qué lugar ocupa, para un poeta como usted, las lecturas en vivo?

Antes que nada permítaseme anunciar que me divierte ser llamado “un poeta como usted”. Bueno, la lectura en vivo es la forma más directa (y antigua) de intento de conexión, y es enormemente placentera cuando esa conexión parece ocurrir. Ahora bien: creo que hay poemas que son más adecuados para una lectura silenciosa. Y muchos otros, lamentablemente, para ninguna lectura.  

¿Qué opina de las nuevas formas de difusión de la palabra, ya sea en páginas de Internet, foros literarios cibernéticos, revistas virtuales, blogs etc?

Bueno, son todas formas de llegar al otro. Y si alguien lee un poema significa que no está viendo un reality o un programa de chismes en la tele.

¿Podría recomendarnos un poema de otro autor que le haya gustado mucho? 

Lo difícil es recomendar uno solo. Elijo uno de Manuel Bandeira, poeta brasileño, quizás por no ser tan conocido. “Estrella de la mañana” es un lamento desesperado que me encanta y me destroza. En una buena traducción, claro, si no, el destrozado es el poema. La de Rodolfo Alonso es de las mejores. Por cierto: Bandeira también es una influencia en mi escritura y ojalá se pudiera decir reconocible.

¿Qué libro está leyendo en la actualidad?

Leo de a decenas, indisciplinadamente y a trozos. Una biografía de Leonard Cohen (otro gran poeta) y las obras completas de Gonzalo Rojas. La pasión de los poetas, un hermoso memento del contexto de grandes obras poéticas. Libritos de poemas de Ferran Fernández y el último de Edgar Morisoli. Y relecturas, siempre: Borges, Cortázar, Jorge Wagensberg, Porchia. Entre otros muchos. Les dedico el poco tiempo que me queda después de ver los realitys y los programas de chismes en la tele.  

¿Qué consejos le daría a un joven escritor/escritora que se inicia en este camino de la poesía?

Ya se los dio el gran Bukowski: no lo hagan. A no ser que no puedan evitarlo. Y que lean, que hagan mucho el amor y que coman aguacate, que es muy rico.  

¿Cómo ve usted actualmente la industria editorial?

Languidece con la poesía y parece floreciente con algunas obras que distan de ser, digamos, floridas. Pero el problema no es de la industria, es de nosotros, los lectores. Que miramos muchos realities.

¿Cuál es la pregunta que le gustaría que le hubiera hecho y no se la he hecho?

Me gustaría que me hubieran preguntado cuál era la pregunta que me habría gustado que me hubieran hecho. Les hubiera dado una respuesta magnífica. Lástima.

A continuación podéis disfrutar de tres poemas de Aguirre elegidos por él mismo:

vos nunca te fuiste de mi corazón

vos nunca te fuiste de mi corazón / por eso me andás por la sangre como

 si fuera tuya

yo nunca te abandoné / por eso te sopla el viento sur cuando el día se

 reclina

y por eso vuelan las torcazas / por eso el sol es amarillo /

 el pan marrón / la miel dorada

y por eso saltan los conejos de las galeras / las ardillas se esconden

 en los treboledales / se besan los

 gorriones desesperadamente

y hay luna en mi país / porque vos nunca te fuiste de mi corazón

y un centauro en el cielo / porque yo nunca te abandoné

(de «A Sívori se lo comieron los escorpiones», Ediciones en Danza, 2019)

no hay Dios ni ná

No hay Dios ni ná! Grita

la madre de Encarnación, de Antoñita, muertas

inútilmente en la larga noche de Puerto Hurraco.

No hay Dios ni ná! Gime, lanza como sentencia o último

suspiro, el pequeño cadáver

muerto, en el cajón que sostiene su cara violeta, tan

niña llena de pólvora, de postas porque no hay Dios,

ni ná.

Ella ya lo ha gritado en el camino de tierra

que une los tejados con las cruces: la abuela, incrédula

no sabe llorar más, la hermanita que queda

sabe que ha huido por azar, que sus hermanas

murieron por azar. Y la madera ya se deja llevar

por seis hombres que lloran bajo el sol

extremeño, y la tierra se deja abrir para comerse

a Encarnación y a Antoñita. Porque no hay Dios.

Ni ná.

(Barcelona, 1990)

dónde termina la soledad

dónde termina la soledad

quiero decir la soledad, los encuentros

en hoteles y asientos de automóviles

la soledad, quiero decir

todas esas mujeres diferentes

festejadas erróneamente en hoteles y

asientos de automóviles

o ninguna mujer, quiero decir

la soledad, las extensiones simplemente

entre lunes y lunes similares

dónde termina la soledad

quiero decir

en dónde empieza mónica

Muchas gracias Raúl Cristián Aguirre por haber accedido a la entrevista y por este último regalo que nos haces: un fragmento de tu unipersonal «Poesía, ¿estás ahí?«.

A vosotros, lectores, esperamos que hayáis disfrutado. Gracias por haber llegado hasta aquí.