Nacida el 8 de marzo de 1892 como Juana Fernández Morales, y conocida como Juana de Ibarbourou, por su apellido de casada, Juanita de Ybar, por su nom de plume, y “Juana de América” por mérito propio, fue una consagrada poeta uruguaya.

De fina pluma y lenguaje sencillo, combinando el buen gusto con el modernismo, con una amplia paleta de temas, donde los principales fueron el amor y la naturaleza.

Invitada a conferencias sobre poesía y proceso creativo con famosas autoras como Gabriela Mistral y Alfonsina Storni.

Sus primeros poemas fueron publicados en la prensa. Luego comenzó un largo recorrido lírico a través de las páginas de sus hermosos poemarios: “Las lenguas de diamante” de 1919, “El cántaro fresco” de 1920 y “Raíz salvaje” 1922. Fue una poeta muy prolífica.

Comenzó como una poeta modernista, en sus poemas abundan las imágenes cromáticas, sensoriales. Sin embargo, se fue alejando, en la búsqueda de un estilo propio más sincero y menos marcado por las influencias de la época. 

Llama la atención que fue de un género, si se quiere pagano, al misticismo y también a las alusiones bíblicas, pero con un estilo único y singular. En “Loores de Nuestra Señora” de 1934, se nota más esa progresión, esa evolución hacia la religión. 

También destaca la soledad y el diálogo sobre la muerte, como una introspección, como una conversación consigo misma o, algunas veces, con la naturaleza, tratando a la muerte como la consecuencia lógica de la vida misma, sin horror, sino como una evolución. El poeta venezolano Rufino Blanco hace hincapié en esos detalles. 

Una mujer que exploró en su poesía, juventud, amor, sensualidad, surrealismo, desamor, naturaleza, sentimientos, vitalidad, paganismo, soledad, introspección, misticismo, religión. ¿Qué ha dejado por fuera? ¡No lo sé! ¡Fue una gran poeta!

No en balde el gran Juan Zorrilla de Martín la bautizó “Juana de América” en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, en Uruguay en 1929.  

Les comparto 3 de sus maravillosos poemas:

MELANCOLÍA

La sutil hilandera teje su encaje oscuro

con ansiedad extraña, con paciencia amorosa.

¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro

y fuera, en vez de negra la araña, color rosa!

En un rincón del huerto aromoso y sombrío

la velluda hilandera teje su tela leve.

En ella sus diamantes suspenderá el rocío

y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve.

Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro

y en medio del silencio mis joyas elaboro.

Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.

Mas pagan tu desvelo la luna y el rocío.

¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el mío!

¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!

LA SED

Tu beso fue en mis labios

de un dulzor refrescante.

Sensación de agua viva y moras negras

me dio tu boca amante.

Cansada me acosté sobre los pastos

con tu brazo tendido, por apoyo.

Y me cayó tu beso entre los labios,

como un fruto maduro de la selva

o un lavado guijarro del arroyo.

Tengo sed otra vez, amado mío.

Dame tu beso fresco tal como una

piedrezuela del río.

LA HIGUERA

Porque es áspera y fea,

porque todas sus ramas son grises,

yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,

ciruelos redondos,

limoneros rectos

y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,

todos ellos se cubren de flores

en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste

con sus gajos torcidos que nunca

de apretados capullos se viste…

Por eso,

cada vez que yo paso a su lado,

digo, procurando

hacer dulce y alegre mi acento:

«Es la higuera el más bello

de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,

si comprende el idioma en que hablo,

¡qué dulzura tan honda hará nido

en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,

cuando el viento abanique su copa,

embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!